UN CANTO A MI PADRE POR SU DÍA



FÉLIX GERARDO IBARRA PRIETO

Vivo lejos de mi padre, La mitad de mi vida. Son veinte y tantos años de lejanía física, aunque La tecnología nos acerque, si quisiéramos todos los días. El vivió con su madre, hasta los cinco años y después se mudó con su padre, por una decisión de familia. Él un niño muy tierno, bien cuidado, muy educado.

Era hijo de padres solteros y estos se habían casados con parejas diferentes. Su madre, mi abuela, tuvo que casarse con otro y de esa relación tuvo varios hijos. Mi abuelo, su padre, se casó con otra mujer y con ella no tuvo ninguno. La familia de mi abuelo, padre de mi padre, era de tradición estanciera, bruta, salvaje. Gente que trabajaba día y noche sin poder reclamar de lo más injusto tratamiento, aún siendo hijo de quién sea.

Para mi papá la vida cambió totalmente. Del agua al vino. Aún viviendo con su padre, recibió tratamiento digno de cualquier peón de estancia. No sé muy bien si eso le incomodaba, pero lo cierto es que nunca reclamó. No había ninguna posibilidad de que esto sucediera, ni aceptada.

Más tarde se va al cuartel, Remonta veterinaria. Mi papá es el mejor médico veterinario sin título que ya vi en mi vida. Inyecta todo y cualquier tipo de medicina, sea vacuna, en la piel o subcutánea. Es el mejor cirujano que vi operar y castrar equinos como ninguno. Mi papá es un héroe no reconocido. Nunca fue funcionario público, jamás tocó plata del gobierno ni tuvo negocio con el Estado. Siempre trabajó duro para criar a sus cuatro hijos y pagar en día sus impuestos.

Le conoció y visitó a mi mamá a caballo, por lo menos a más de treinta KM. No se negaba a trabajar a su vuelta de visita, muchas veces sin dormir. Mi papá es una fortaleza. No se entregaba nunca, jamás. Una vez le dijeron que dejara de visitar a su novia, mi mamá. El dijo prontamente: Eso va a pasar el día que pasen encima de mi cadáver. O sea, si hubiera aceptado, ciertamente yo no iba a existir y por tanto no escribiría esta historia. (pausa para llorar)

Mi papá tuvo algunas pocas oportunidades de estudiar, pero no lo suficiente como lo merecía. Era hijo único de un bruto estanciero, pero no era el hijo de la esposa de este. No recibía, ciertamente, la atención que un hijo matrimonial hubiera tenido. No tenía la necesaria atención para un estudiante fuera de su hogar. Vivía de favor en casa de amigos para esa finalidad.

Mi papá se casó muy joven. A los veinte y tantos años, mi madre, ídem. Se casaron medio a escondido, esa historia no se muy bien, pero en otra oportunidad voy a sentarme con ellos y pasar a limpio. Rápidamente vino el primer hijo, yo. Así también abandonaron, aún muy joven la casa de mi abuelo y fueron a vivir en lo suyo. Sin ninguna riqueza, a no ser el coraje y las ganas de trabajar.

Mi papá se iba a carpir en la chacra de mi tío, por mandioca y llegaba en casa e iba a pescar para la cena y la comida el día siguiente. Nunca se cansó se hacer eso. Nunca dejó de alimentar a sus crías. Éramos muy humildes, sin embargo muy trabajadores. Cuando me hice niño ya había en mi casa leche y todo tipo de alimentos, nada nos faltó nunca.

Antes de completar mis diez años, un mi tío le ofreció trabajo (arado). El lugar donde vivíamos tenía tradición cañera y este último trabajaba en la Azucarera paraguaya y también tenía sus cañaverales. Este mi tío tenía un cuidado todo especial por él y mi papá le quería mucho. Eran como hermanos. Los bueyes de mi tío eran salvajes, no se podía trabajar con ellos, sin que alguien estuviese al frente, el famoso “buey guenondeha” ese era yo. Descalzo y muy niño me iba con él toda madrugada, haga el frío que haga. Nos íbamos los dos juntos a amarrar los bueyes, colocar el arado en la carreta e ir a la chacra.

Esto comenzaba a las cuatro de la mañana. Lo que más admiraba de mi papá era su trabajo. Hacía todo tan perfecto que una vez un señor (Martín Santacruz) , también cunicultor, vio lo suyo y le dijo: si esto lo hiciera con lo tuyo, ganarías un poco más de plata. Fue lo que hizo mi papá. Comenzó a plantar su propio caña dulce y por mucho tiempo, siempre lo suyo, ha sido el más verdoso de todos los cañaverales de la región. Cuando surcábamos los liños de una futura siembra, al final mi papá se daba la vuelta, miraba hasta el fondo del surco y decía: es más recto que la calle Asunción o Paraguay. No recuerdo muy bien. Pero recuerdo la perfección de sus obras agrarias.

Hoy le miro a mis hijas con esa edad que yo tenía cuando hacía todo esto y no me arriesgaría que ellas tuvieran que hacer todo aquello que yo hice, cuando niño. Enfrentar, descalzo, de madrugada, al frente de unos bueyes salvajes, los surcos de los futuros cañaverales. Eso me sirvió mucho y no me arrepiento de nada, ni tampoco le culpo a mi papá por eso. Siento una inmensa alegría de poder haber colaborado con él, aunque sea de esa forma, para poder salir adelante. Siempre nos recordamos de eso, y hasta hoy lloramos juntos, no de rabia, sino de algo muy nuestro que tuvimos que enfrentar y vencer. La adversidad

A los diez años, mi abuelo me dio la oportunidad que no le dio a mi padre. Esta vez con la bendición de su esposa. Aproveché, aunque la condición continuaba siendo aquella que mi padre tuvo. Había en el medio una persona muy especial, mi madre. También el ejemplo de otros que estaban en mi misma situación. Personas que querían vencer, pero que primero tenían que ganarle a la misma adversidad. Todos ellos tenían una historia muy parecida a la mía.

Después de toda la historia no habría más barrera en el mundo, lo de mi niñez fue una experiencia demasiado importante. Una experiencia que cavó muy hondo mis raíces y que ningún viento por más fuerte que sea, fue, es , ni será capaz de arrancarme. Gracias a todo eso puedo escribir esto a mi padre en su día y en vida, desde el exterior. No salí del país, como la gran mayoría. Salí del país con la idea fija de estudiar aún más y ganarme el mundo. De esa forma conseguir y poder darles a mis padres una condición más digna que infelizmente nuestro país no ofrece a los que son realmente trabajadores.

Hoy desde la distancia te saludo papá y te agradezco por haberme puesto a la intemperie a muy temprana edad, porque eso me ayudó a vencer en la adversidad. Me ayudó a enfrentar el mundo y a vencer prejuicios que todo extranjero recibe en cualquier lugar del mundo, aún más siendo de nuestra nacionalidad. Te agradezco papá por haber llorado siempre mi partida, pero nunca en mi frente. Te agradezco papá por haberme dado: cuna, honestidad, responsabilidad, cariño, dignidad, hombredad, pulcridad y respeto hacia los demás.

Gracias a eso me volví un profesional respetado en el exterior. Un empresario de mucho éxito y un prestigioso profesor de una gran universidad. Además un padre que a cada día, en las condiciones de hoy, intenta también cavar raíces profundas a sus hijas, para que mañana en la tempesdad no le arranque cualquier viento. Ellas, aprenderán a enfrentar los vientos fuertes y las lluvias torrenciales, doblándose, arrastrándose, pero seguro a sus raíces, así como yo. Gracias papá. Felicidades por tu día. También son los deseos de Wilma, Victor y Pablo. Además, Evelyn, Nelson, Lurdes, Héctor, Carolina I, Carolina II, Camila, Daniel, Ana Clara y otros que por ventura puedan existir por ahí.

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