*Félix Gerardo Ibarra Prieto
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CON JUAN ROMERO TORRES |
Recordando el
pasado y hablando de las dificultades que los yhaqueños teníamos en llegar a
casa cuando la ruta San José-Tebicuary era clausurada –La ruta de la caña- hoy felizmente asfaltada, me vino a la memoria
historias de amistad que se materializó como prueba enfrentando esa dificultad.Son más o menos
15 km –dependiendo donde uno vive-
la distancia que hay entre el pueblo hasta la comunidad de Yhacá.
Uno de los
pocos medios eran los micrómnibus en horarios diversos –unos 3 diarios de ida y vuelta- cuando venían. Ellos podían
descomponerse por el camino, no salir de la terminal de Asunción o, llegando al
cruce, encontrar la barrera cerrada por las malas condiciones de la ruta en
consecuencia de las lluvias. Los destinos
finales de los ómnibus pasajeros eran siempre Tebicuary, Coronel
Martínez y Félix Pérez Cardoso. A veces
no todos cabían dentro del ómnibus e íbamos arriba, pero felices y contentos.
Los medios eran
escasos y despaciosos: carretas estiradas por bueyes, a caballo, en bicicleta o
a pie: lo más probable era este último, ya que a la llegada no había
comunicación para que alguien nos espere o venga a buscarnos. ¿Quién no se ha sacado sus zapatos,
remangado los pantalones y enfrentado la ruta llena de baches y suelo
resbaladizo? ¿Quién? Mi papá, Danielito Ibarra (QEPD) nos contaba que lo
hizo innúmeras veces cuando era cuartelero y venía a pasar los finales de semana en su casa. Se
sacaba sus zapatones de soldado de remonta veterinaria y lo hacía hasta Punta
en dos horas, corriendo.
Yo hice dos
veces: una vez con el coronel Eduardo Chávez en 1979 –teníamos 13 años éramos cadete de “Acosta Ñú”- e iba en ese año a
pasar conmigo en mi casa sus vacaciones por algunos días con la promesa de ir con él en su casa en CDE por
otros días –inolvidable las vacaciones
de ese año con Chávez y familia- y otra con un primo de apellido Frutos –hijo de tío Zacarías- de Castaño, cuyo
nombre no recuerdo y que servía a la policía como soldado.
Sin embargo, la
historia más impresionante y que motivó la escrita de estas líneas es la que
vivió el hoy Capitán de la marina mercante paraguaya, el comandante Juan Romero
Torres en el año 1983 (teníamos 18 años)
Éramos cadete de último año del Liceo,
lógicamente pasábamos toda la semana juntos y encerrados.
Los sábados por la
mañana salíamos de franco para volver domingo a la noche. La proximidad del
cuartel hace que uno quiera encontrarse nuevamente los fines de semana con más
libertad y disfrutar de la amistad que dentro del cuartel no es tan fácil ni en
los horarios de casino.
En la víspera de
salir de franco Juan me preguntó qué haría el fin de semana, yo le dije que tal
vez vaya a Yhacá. No le aseguré. Pero como no había comunicación él creyó
realmente que yo estaba allá y se marchó a Punta. Se fue hasta el pueblo y de
allí agarró un camión de carga y bajó en Loma, caminó los 4 km que separa hasta
mi casa y llegó preguntando por mí. Mis
padres le dijeron que yo no había ido, él incrédulo pensó que le estaban
jodiendo nomás, mi mamá pensó lo mismo, que yo me estaba escondiendo nomás –todos me buscaron alrededor de la casa
gritando mi nombre- sin poder creer
que Juan había llegado a mi casa, un sábado a la tardecita, tan lejos, sin mi
compañía.
Finalmente se
dieron cuenta que yo no estaba en casa escondido de Juan y ni había ido con él.
Mi amigo dio la media vuelta y volvió a Loma caminando para ver si agarraba
algún camión a dedo para volver a la ruta internacional. No encontró un alma en
la tardecita de ese día sábado, conclusión: volvió caminando elegantemente
uniformado con su uniforme gris perla, con su espadín colgado en la cintura y
las botas impecablemente lustradas y charoladas hasta San José. Detalle: no era
por la ruta clausurada, sino por un amigo que pensaba encontrar, pero este no
había ido por algún motivo que hasta hoy no sabe explicar.
Nos une hasta hoy
una profunda amistad de más de 40 años con Eduardo Chávez y Juan Romero (ambos ya jubilados y exitosos en sus
carreras) que en su momento de adolescencia hicieron sacrificios enormes
como demostración de amistad profunda y verdadera. Ellos, como la mayoría, siempre estuvieron conmigo y yo con ellos en
las dificultades, pero por sobre todas cosas supimos soportar el éxito del uno
y del otro. Esa, en realidad, es la demostración de la amistad verdadera. ¡Nunca
es fácil soportar el éxito del otro amigo!
* es empresario y profesor universitario en Brasil (yhaqueño de punta)
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